25 noviembre, 2013 Por
Artículo original para EFE Verde.
Tampoco ha podido ser en Varsovia que pasa a ser la última de las
cumbres fracasadas contra el cambio climático. Cada vez es más grave la
contradicción entre los avances científicos en el diagnóstico del cambio
climático y la inacción e indiferencia de los Gobiernos. Pero la
gravedad es mucho mayor cuando cada año que pasa se constata de manera
más evidente el impacto económico que tiene el aumento de la temperatura
del planeta y su directa relación con el incremento de las
desigualdades.
El desdén ante la desigualdad es la
primera causa que hace imposible un acuerdo mundial de lucha contra el
cambio climático. En la Asamblea General de la ONU de 2012 se presentó
un informe que cuantificaba el coste del cambio climático para 2030 en
una pérdida del 3% del PIB mundial; sin embargo, el reparto de esa
pérdida es desigual porque mientras en los países más ricos se situará
entre el 2% y 3% de su PIB, en los países más pobres o en vías de
desarrollo la pérdida alcanzará hasta el 7% y el 11% de su riqueza. Este
informe confirmó el análisis de N. Stern que en 2007 preveía un impacto
económico del cambio climático para las próximas décadas entre el 5% y
el 20% del PIB, según las condiciones de adaptación de cada país.
El incremento de la temperatura del
planeta, sobre todo en los mares y océanos, se aproxima en esta década
al punto de no retorno en el que sus efectos serán irreversibles. Las
cumbres ya se miden por huracanes, el año pasado fue Sandy en EEUU y
Bopha en Filipinas en estas mismas fechas; este año Haiyan otra vez en
Filipinas. Las aseguradoras han visto cómo el coste de los desastres
naturales se ha multiplicado por cuatro en los últimos años hasta
140.000 M€ en 2012. Los millones de vidas perdidas o desplazadas pasan
por los telediarios de año en año ante el negacionismo más brutal del
poder político y económico que se opone a que los países más ricos y que
más emisiones producen compensen a los países más pobres, que no son
los principales responsables del nivel de emisiones de CO2 pero sí los
que más sufren sus efectos.
La causa principal del calentamiento
está en el masivo consumo de energías fósiles, carbón, gas y petróleo, y
en un modelo energético que dedica cinco veces más ayudas a esas
fuentes contaminantes que a las energías renovables. En 2012 fueron en
todo el mundo 403.000 M€ frente a 74.000 M€, según la Agencia
Internacional de la Energía que, además de reclamar la supresión de
todas las ayudas a los combustibles fósiles, advierte que cada dólar que
ahora no se invierta en luchar contra el cambio climático costará 4,5
dólares a la economía a partir de 2020.
El mundo camina hacia una gran crisis
económica y humanitaria por un modelo energético insostenible a causa de
la ausencia de políticas más contundentes de apoyo a la eficiencia
energética y las energías renovables. Son las únicas políticas efectivas
para eliminar las emisiones de CO2 y mitigar el cambio climático. La
mejor medida que se debe adoptar para afrontar los riesgos climáticos es
otra ética de la energía que prescinda de todas las fuentes de riesgo,
como son el gas, el carbón, el petróleo y la nuclear, y que cambie la
percepción del cambio climático en nuestra sociedad, no como algo lejano
en el tiempo y el espacio sino como la causa más próxima de nuestra
ruina.
Sin embargo, seguimos asistiendo a la
gran hipocresía de reconocer la amenaza del cambio climático y, a la
vez, seguir defendiendo la mayor producción y consumo de energía fósil.
Los mismos editoriales que han atacado las renovables y defendido el gas
no convencional o la energía nuclear dicen estos días que algo hay que
hacer contra los tifones como el de Filipinas. Los mismos que trabajan
para inundar todo el planeta con la falsa revolución del gas esquisto,
más contaminante y peligroso, reconocen a la vez la urgencia de mejorar
el medioambiente. Es la falta de ética que sacrifica la felicidad de las
generaciones futuras para optimizar el beneficio de los monopolios
energéticos en el corto plazo. En el fondo contra lo que hay que luchar
primero no es contra el cambio climático sino contra la codicia de esos
monopolios del gas y del petróleo.
La comunidad internacional ha dejado
sola a Ecuador en su defensa de la Amazonia frente a los intereses
petroleros. Trece ministros europeos de medio ambiente, entre ellos el
de España, piden un billón de inversión en renovables y reducción de
emisiones para apoyar el “crecimiento verde”, mientras el mismo Gobierno
de España aprueba una reforma para excluir las renovables y el ahorro
de energía del sistema eléctrico e introducir más gas, más carbón, más
nuclear y nuevas prospecciones de petróleo y fracking con la evaluación
ambiental más laxa.
En España nadie ha explicado todavía por
qué contaminar, y contaminar mucho, sale gratis o por qué las empresas
más contaminantes hacen caja con los derechos de CO2 adjudicados
gratuitamente mientras se niegan a que se les aplique la Directiva
europea de emisiones industriales o por qué las grandes ciudades superan
los límites de contaminación atmosférica.
La hipocresía del negacionismo se basa
en el carácter incoloro de las emisiones. Si el CO2 fuera de colorines
seguro que no habría desaparecido de la agenda política. Resulta
intolerable que la percepción social del cambio climático dependa de los
desastres naturales. ¿Cuántos huracanes, terremotos, sequias e
inundaciones, enfermedades, hambrunas y desplazados harán falta para
acabar con el desdén de los Gobiernos hacia el cambio climático?
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